En la Antigüedad, sus viajes fueron los más largos jamás realizados; sus fundaciones coloniales, causa y consecuencia de aquellos, las más lejanas. Hablamos de los fenicios, pueblo oriundo de la región de Canaán que, bañada por las aguas orientales del mar Mediterráneo, ocuparía el actual territorio de Israel, Siria y Líbano.
Los fenicios tomaron la delantera y se convirtieron en el primer pueblo de origen mediterráneo en inundar el gran océano Atlántico con sus naves, comerciantes y colonos, abriéndose paso a través de las convulsas aguas del estrecho de Gibraltar (Johnson, 2008, p. 43). En términos generales, puede afirmarse que el pueblo fenicio amaba el mar, en torno al cual y en base al cual vivía y se expandía. Dicho esto, de todas las ciudades fenicias, Tiro fue la más marinera y con más potencial comercial, cualidades claramente favorecidas por su privilegiada posición geográfica[1].
Sin embargo, Tiro tuvo que hacer frente a dos acuciantes problemas añadidos a la ya de por sí preocupante amenaza asiria: En primer lugar, se vio afectada por un considerable déficit alimentario; en segundo lugar, la escasez de metales era otro de los principales escollos a los que los mandatarios de Tiro tuvieron que hacer frente. Mientras el primero de estos obstáculos podía solventarse sin salir del propio mar Mediterráneo, el segundo no. La falta de metales empujaba a los fenicios a una ineludible salida hacia rutas más lejanas y peligrosas. Fue de esta manera cómo, aproximadamente entre finales del siglo IX y la segunda mitad del siglo VIII a.C., los fenicios van a fundar sendas colonias en las costas de Huelva, poniendo en marcha el funcionamiento de explotaciones mineras de plata en lugares como Riotinto o Aznalcóllar. Sin ir más lejos, dentro del propio casco urbano onubense (más concretamente en la calle del Puerto) han sido hallados los restos de varios hornos datados entre los siglos octavo y séptimo de antes de nuestra Era, en los que se llevaba a cabo la fundición de plata y otros metales, y que ponen de manifiesto la importancia minera de esta zona.
Sin lugar a dudas, una de las más notables fundaciones coloniales fenicias en suelo ibérico fue Gadir (Gades para los romanos y actual Cádiz). Este lugar, de una manera similar a lo que acontecía con Tiro, tuvo en la antigüedad un aspecto muy diferenciado del actual. En el momento en el que los fenicios arribaron a las costas gaditanas no se hallaron ante la Península que hoy día existe sino ante un singular archipiélago conformado por varias islas. Este territorio, rico en plata, oro y cobre, pronto se convirtió en un enclave crucial para el desarrollo económico fenicio.
No obstante, el pueblo fenicio codiciaba la obtención de estaño, necesario para poder llevar a cabo la aleación con el cobre y obtener bronce. Para ello, no quedaba otra alternativa que tomar el camino de unas rutas comerciales todavía más alejadas. Con ese cometido se embarcó en una aventura atlántica que conduciría al pueblo fenicio más al norte de lo que jamás había ido, alcanzando incluso las misteriosas islas Casitérides. Decimos misteriosas, por cierto, porque todavía a día de hoy su ubicación continúa siendo un misterio sin resolver por los historiadores, quienes ofrecen opiniones diversas: mientras unos las sitúan frente a las costas gallegas, hay quien cree que realmente se hallaban frente a las costas de la Bretaña francesa, mientras que por otro lado también hay especialistas que afirman que estas islas del estaño (kassiteros es en griego “estaño”) son en realidad las actuales islas Británicas. Sea como fuere, lo cierto es que los fenicios llegaron a ellas e hicieron suyo el control de las rutas de estaño, dando un gran paso al frente desde el punto de vista económico y comercial.
Avezados marineros, los fenicios se dirigieron también hacia el sur, donde alcanzaron la costa atlántica africana, en la que instalaron importantes colonias como fue, sin ir más lejos, la de Lixus.
Semejantes pretensiones marineras requerían unas naves que estuvieran a la altura de las circunstancias. Como consecuencia, los fenicios fueron mejorando progresivamente sus embarcaciones poniendo el punto de mira en lograr una nave lo más rápida y espaciosa posible. Para ello, reforzaron notablemente el casco de sus barcos de tal modo que fuera menos propenso al hundimiento en las aguas del Atlántico, siempre más bravas que las mediterráneas. En pos de mayor velocidad, fueron los fenicios los que dotaron a sus embarcaciones de vela, con lo que al mismo tiempo lograban liberar más espacio para después destinarlo a sus mercancías, pues la vela reducía el número de remeros necesarios a la hora de bogar. Así, las naves fenicias, quizás las más bellas de toda su época, presentaban un aspecto redondeado con altos costados, pensadas, como ya hemos anticipado, para cargar con un buen número de mercancías. Fueron éstas las llamadas “gaulós” (del griego “redonda”).
Otro tipo de embarcación desarrollada por el pueblo fenicio fueron los “Hippoi” (“caballitos” en griego), nombre que hacía alusión directa a su aspecto, pues sus quillas, que se prolongaban hasta la proa formando unos bellos mascarones de proa, lucían la cabeza de un equino pintado de un color rojizo, cuidadosamente decorado con dos piedras verdes a modo de ojos. Todo este cuidado y atención demostraban la enorme importancia que para los fenicios, pueblo volcado al mar, tenían sus naves, quizás de una manera equiparable a la que, muchos siglos después, demostrarían los pueblos del norte denominados vikingos.
Hasta tal punto eran respetados entre sus contemporáneos, que los propios egipcios, ante la perspectiva de tener que realizar importantes y largos viajes por mar, preferían emplear naves y marineros extranjeros, de entre los que salían, efectivamente, nuestros protagonistas. Un ejemplo, mencionado por Heródoto de Halicarnaso, puede ser el del faraón Necao II (610-595 a.C.), quien lograría, gracias a las naves fenicias, circunnavegar África, de este a oeste, adelantándose así a los viajes europeos de los siglos XV y XVI.
Este protagonismo del mar en el pueblo fenicio tuvo sus ecos legales en la llamada Lex Rhodia, en la cual se dejaba constancia de los derechos y las obligaciones a las que estaba sujeto todo aquel que tuviera bajo su posesión una embarcación, así como también todo pasajero e incluso las autoridades portuarias. Esta ley, que no hacía sino regular uno de los aspectos más importantes de la vida de este pueblo, fue posteriormente adoptada y adaptada por los romanos, expertos en hacer suyo todo aquello de los demás pueblos que consideraban interesante y productivo para ellos mismos. Sin embargo, la influencia fenicia en el mar no se quedó en Grecia y en Roma y continuó avanzando a través de los siglos, constatándose su influencia en la Edad Media e incluso más allá, pues tal y como afirma Donald. S. Johnson, “gran parte de la legislación internacional de hoy en día se nutre directamente de la Lex Rhodia” (Johnson, 2008, p. 46). Tal fue el alcance de las naves fenicias, parejo al alcance e influencia de su legado en la historia de la navegación occidental.
[1] Como bien afirma María Eugenia Eubet, las condiciones geográficas de Tiro han cambiado, y mucho, con el transcurso de los siglos. Mientras que en la Antigüedad esta ciudad era una isla, hoy día se trata de una península que se unió a tierra firme, fruto de la creciente cantidad de sedimentos depositados siglo tras siglo sobre el dique levantado por Alejandro Magno en el año 332 a. C. (Eubet, 1994, p. 37).
Bibliografía:
-AUBET, M.E., “Tiro y las colonias fenicias de Occidente”. Barcelona, 1994.
-HARDEN, D., “Los fenicios”. Barcelona, 1967.
-JOHNSON, D.S., “Historia de la navegación: A través de los mares y océanos”. Barcelona, 2008.
-PONTI, V., “Historia de las comunicaciones. Trasnsportes marítimos”. Pamplona, 1965.
-WAGNER, C.G., “Fenicios y Cartagineses en la Península Ibérica”. Madrid, 1983.
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