Como bien sabemos, uno de los principales exponentes del dominio occidental sobre América fue la esclavitud y el comercio negrero. Las grandes potencias vieron en este negocio un enorme potencial económico y de este modo cambiarían para siempre el mapa social y cultural tanto de África como de América. Según estiman los americanistas Juan Carlos Garavaglia y Juan Marchena, en total entraron
en América entre el siglo XVI y XVI medio millón de esclavos procedentes mayoritariamente de Guinea, Senegal, y Congo. Estas personas eran trasladadas en condiciones infrahumanas, en los buques negreros, atados a la bodega, sin apenas alimento ni bebida, por lo que morían aproximadamente el 23% de ellos en la travesía, que podía durar meses. Durante el período de “adaptación” al nuevo trato y condición (la esclavitud), morían desempeñando las durísimas labores aproximadamente otro 25%. No es de extrañar entonces, que muchos de estos hombres y mujeres aspirasen a la libertad, y en consecuencia intentaran escapar de sus dueños pese a las nefastas consecuencias y tremendas penas impuestas por la Corona a los esclavos fugados. Ejemplo de ello son las Ordenanzas de 1535 de Santo Domingo “Para la Sujeción de Esclavos”, en las que se establecen cuestiones como los castigos, la persecución y ajusticiamiento de esclavos por parte de las autoridades:
Ordenanza 5º, flo. 47v.
“Que si el esclavo se ausentase y se juntare con otros negros en cuadrilla en tiempo de treinta días, que por el mismo hecho muera por ello, aunque sea la primera vez.”
Ordenanza 6º flo. 48.
“Si se hallare algún negro andando huido o alzado que se hubiere llevado, llamando o convocando consigo, algún otro negro que está en servicio de sus dueños, por el mismo hecho, aunque vuelva dentro de los diez días, se le da la misma pena que si no volviere.”
A estos esclavos huidos se les conoce como cimarrones, y muchos de ellos se agruparon en ciertos territorios inhóspitos y escondidos llamados palenques donde se construyeron nuevas sociedades regidas por sus propias leyes, al amparo de la tupida vegetación intertropical para defender sus culturas originales, como bien cita el autor Aquiles Escalante. Los palenques, como decíamos, eran foco de resistencia, y muchas veces armada, por ello, debido a los continuos enfrentamientos con las autoridades de la Corona, ésta optó, en numerosas ocasiones, por otorgar la libertad y tierras a cambio del cese de las hostilidades contra la población española.
La promesa de la vida en libertad de los palenques parecía alentar la fuga, y ante a la ingente cantidad de ellas, en el siglo XVI se decidió asignar a la Santa Hermandad como responsable de perseguir y ajusticiar a estos prófugos. Este cuerpo, según la autora María Cristina Navarrete, contaba con gran cantidad de personal auxiliar denominados cuadrilleros, que estaban encargados de patrullar el campo y vigilar los caminos a fin de sorprender a los cimarrones y apresarlos. A finales del siglo XVI la Santa Hermandad redujo con eficiencia el número de prófugos e incluso fueron capaces de enfrentarse de forma armada la hostilidades de éstos.
Más concretamente, el origen de las fugas se puede buscar, en gran medida, en la separación del núcleo familiar, como bien establece el especialista Frederick P. Bowser, citado por la especialista María Cristina Navarrete:
“Hombres y mujeres de color casados, pertenecientes a diferentes propietarios y separados por la exigencia de la esclavitud, intentaron reunirse escapando. En ocasiones eran los hijos los que huían buscando a sus padres”.
Mientras que el autor David M. Davidson afirma que las principales causas de fuga eran:
“La vida familiar y marital inestable, el mal trato, la sobrecarga de trabajo, y la escasez de canales efectivos para la libertad contribuyeron de manera poderosa al descontento”.
Por otra parte, la vida en los palenques, según la autora María Cristina Navarrete, se centraba en la autosuficiencia y en el abastecimiento preparado para la resistencia. Las fuentes con las que contamos para documentar los modos y usos de estas gentes en los palenques son escasos y apenas se cuenta con fuentes primarias que dieran testimonio de ello, siendo clave los documentos procedentes de la Inquisición y los tribunales del Santo Oficio donde eran llevados a declarar los esclavos fugitivos.
Al parecer, la base de la economía era la agricultura y en pequeña medida la ganadería. Cada unidad familiar cultivaba su correspondiente trozo de tierra y con el usufructo debía alimentar a su familia, sin embargo parece ser que mantenían una especie de relación de intercambio con poblaciones vecinas. La distribución del palenque era en casas o chozas de madera, caña o palma que encontraban en la abundante vegetación que rodeaba el asentamiento, el cual estaba bien pertrechado de sistemas defensivos. Como mencionábamos antes, el poblado solía situarse en lo más frondoso de la selva o bien en lugares inaccesibles que proporcionaran un refugio natural, no obstante los cimarrones también elaboraban defensas en forma de fosos, o empalizadas. Sus armas eran más bien modestas, compuestas en su mayoría por arcos y flechas, pero en sus rapiñas y escaramuzas (incluso hay autores que les atribuyen actos de piratería y bandolerismo) contra las poblaciones cercanas, solían hacerse con armas de fuego que empleaban en la defensa del palenque. La organización social es aún más compleja de determinar debido a la ya citada escasez de fuentes, sin embargo, según el autor Richard Price, existía una jerarquía de mandatarios o caudillos de origen africano que regían el palenque. Estos dirigentes se hacían llamar reyes en muchas ocasiones, como ocurre con el caso de Domingo Biohó, también conocido como
Benkos Biohó, del que más adelante hablaremos. Con posterioridad, según María Cristina Navarrete que cita a Price, en el siglo XVIII, los dirigentes cimarrones raras veces afirmaron ser africanos, al contrario, la mayoría fue oriunda americana y tendía a proclamarse como capitanes, gobernadores o coroneles, en lugar de reyes, como es el caso de Domingo Criollo, que fue el capitán de los palenques de las Sierras de María y de la Magdalena. Así mismo, estos reyes, caudillos y gobernadores protagonizaron varias revueltas y rebeliones que fueron grabadas en los anales de la historia. Un gran ejemplo de ello es la narrada por el especialista Aquiles Escalante que ocurrió en Colombia:
“En la gobernación de Popayán fue célebre en palenque del Castillo, en el extremo occidental del valle del río Patia, de donde salían frecuentemente a cometer fechorías y depredaciones en los territorios circunvecinos. El gobierno trató de someterlos por la fuerza en repetidas ocasiones, pero siempre fracasaron los comisionados.”
Este conflicto no culminaría ni siquiera en el siglo XVII cuando en 1732 la Audiencia de Quito intentó aplacar la sublevación de forma pacífica ofreciendo tierras y libertad con la condición de que no admitiesen nuevos cimarrones huídos en su palenque, y como bien dice, Escalante, esta condición jamás fue cumplida. Otra de las principales sublevaciones fue la dirigida por Domingo Biohó, o rey Benkos (al parecer pertenecía a un linaje real africano), que en Colombia lideró una revuelta de cimarrones que puso en jaque a las autoridades locales y provinciales. Se establecieron en el palenque de San Basilio y desde allí protagonizaron una serie de campañas de hostigamiento contra las poblaciones blancas vecinas, saqueando y liberando esclavos, arrasando plantaciones y engrosando cada vez más sus filas. Finalmente, la insurgencia sería sofocada a principios del siglo XVII, cuando el rey Benkos sería apresado por orden del gobernador provincial, siendo ahorcado y descuartizado.
En definitiva, la difícil vida de los cimarrones, su historia, sus sublevaciones, sus costumbres y su sociedad ha sido trasmitida al imaginario popular y cultural americano componiendo una verdadera huella de las tradiciones africanas que pueden observarse en motivos iconográficos, en rituales religiosos, en la brujería y el vudú, en la gastronomía, en la tradición oral, las canciones, el habla, los carnavales, fiestas y bailes. Para muchos, la figura de estos reyes y caudillos fue símbolo de libertad y de lucha contra la esclavitud, siendo aclamados como verdaderos héroes, para otros autores, por el contrario, dichas insurrecciones nunca pretendieron acabar con la esclavitud, sino buscar la libertad personal y mejorar la situación del esclavo. Debates historiográficos aparte, lo cierto es que el nacimiento del cimarronaje y los palenques, trastocaron de forma intensa la cultura, sociedad y la vida de la América colonial, imprimiendo una huella, que como bien establece María Cristina Navarrete , es visible incluso en las formas familiares, en la ética, en la memoria o en el pensamiento.
Bibliografía|
DAVISON. M. D. ”El control de los esclavos negros y su resistencia en el México colonial, 1519- 1650″, en PRICE, R. (comp.), Sociedades cimarronas: Comunidades esclavas rebeldes en las Américas, México DF: Siglo Veintiuno, 1981.
ESCALANTE. A. “Palenques en Colombia”, en PRICE, R. (comp.), Sociedades cimarronas: Comunidades esclavas rebeldes en las Américas, México DF: Siglo Veintiuno, 1981.
GARAVAGLIA. J. MARCHENA. J., “América Latina, de los Orígenes a la Independencia”, vol. 1, Barcelona: Crítica, 2005.
NAVARRETE.P. M. C. “Cimarrones y palenques en las provincias al norte del Nuevo Reino de Granada. Siglo XVII”, en Fronteras de la Historia, n. 6, Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2001.
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