Existe una fecha que ha marcado la vida de cualquier/a saharaui. Si miramos el año 1975 como la separación de un pueblo, entenderemos que lo que se produjo fue un corte transversal en la vida de aquella sociedad, un hecho que llevó al exilio y que aún no ha terminado. Pero la historia del Sáhara no comienza en ese momento, hay que remontarse mucho tiempo atrás, cuando aún las fronteras artificiales carecían de sentido.
Antes de que se redefiniera el territorio actual del Sáhara Occidental, había existido un territorio mucho más extenso llamado entre sus pobladores Trab el Bidán o, sencillamente, Bidán[1] y, a sus habitantes se les conocía como Bidani o Beidani. Una parte de aquella área cultural, geográfica y sociopolítica estuvo en posesión española desde que en 1885, en la Conferencia de Berlín, el colonialismo europeo decidió fragmentar un continente entero: la región acabó redefiniendo sus fronteras y la parte española acabó llamándose Sáhara Español. Pero, ¿de qué forma se convirtió esa línea abstracta en una frontera? ¿Qué efectos tuvo? ¿Cómo se introdujo el concepto «saharaui» dentro de la comunidad bidani, que abarcaba un espectro cultural más amplio?

Reparto colonial de África. Fuente.
Poblado por nómadas que vivían fundamentalmente de sus rebaños de camellos, de cabras y de la explotación agrícola de los lugares donde había agua, la población bidani estaba constituida por grupos tribales ligados a un elemento común: el parentesco. Alrededor de antepasados comunes –simbólicos o reales–, aquellas tribus eran concebidas como unas unidades políticas, religiosas y socio-culturales que poblaban el territorio, mantenían una descendencia establecida por línea paterna y cuya base de adhesión al grupo era a partir del linaje. Dice Hernández Moreno[2] que en cada linaje existía un «chij», un individuo que poseía cualidades como la hospitalidad, la generosidad y la valentía, y que constituía la cima de la pirámide social. Aunque éste no tenía autoridad para tomar decisiones por sí solo, era el encargado de gestionar los mandatos que se tomaban dentro de su grupo. De esta manera, el honor y el linaje eran los elementos que configuraban el estatus superior y que daba acceso al contacto con los jefes de otras tribus.
En cuanto a su estructura política, se ha sostenido que había una multitud de unidades autónomas –llamadas qabilas– en las que existía la jefatura del chij, pero cuya autoridad tenía el freno de su propia estructura segmentaria. Era la etnia el vehículo integrador de aquellas comunidades tribales y todas ellas compartían valores como la generosidad, la prudencia, la hospitalidad, el orgullo, la valentía, etc. Mantenían una misma lengua y una serie de símbolos que los diferenciaban del resto (en forma de vestidos, abalorios, etc.). Cualquier persona que cumpliera este tipo de códigos de comportamiento –transmitidos por las mujeres y aceptados por todos– era una persona de honor, era un/a bidani. La conciencia del/a bidani era la condición que expresaba su etnicidad y la qabila era el elemento que transmitía los símbolos que constituían ese sentimiento de identidad étnica y que inducía a un comportamiento específico.
Los límites geográficos de aquella comunidad de Trab el Bidán eran el producto de la interacción con otros grupos. Con los del norte (llamados Chleuh), las relaciones se basaban en la interdependencia y la complementariedad, pues vivían en nichos ecológicos diferentes y mantenían vínculos de respeto con una mutua igualdad política. Al este, en las regiones áridas de Azawad y el Tanezrouft, se situaban los tuareg, grupo en el que el nicho ecológico no se diferenciaba y con los que había una relación de separación entre semejantes y diferentes, una forma que implicaba restricciones en cuanto a su interacción. Al sur, los ríos Senegal y Níger marcaban la frontera física pero también humana. Las relaciones ahí eran de competencia, aquellas poblaciones habían sido desplazadas por los nómadas con el paso del tiempo y habían constituido una mano de obra esclava para los bidani en el pasado. Con todo ello, se puede afirmar que la identidad de la sociedad que vivía en el Bidán era más de tipo étnico que político. Los individuos sentían que pertenecían ante todo a una tribu o a una qabila, y compartían con el resto –más que unas formas de organización política– una cultura común.

Jaima tradicional saharaui. Fuente.
Pero, el territorio que nos interesa y que acabó en manos de las élites coloniales españolas entre 1885 y 1976 fue el que sería llamado –después de varios nombres– Sáhara Español. La política española, a diferencia de la francesa, había llevado una colonización concebida desde el principio como una empresa claramente comercial. Su inicio es incluso previo al reparto de África, pues ya en 1877 se tiene constancia de que un grupo de geógrafos, militares y empresarios fundaron en Madrid la Asociación Española para la Exploración de África. Presionando a Cánovas, la Asociación buscaba la manera de que el gobierno financiase una expedición bajo la idea de desarrollar el comercio con aquella región. Así desembarcando en la Bahía de Dajla, construyeron el primer almacén, conocido como La Factoría. Su objetivo principal era establecer unos primeros contactos con los nómadas y llegar a acuerdos socioeconómicos. La posición de ese emplazamiento se debía a la necesidad de abastecer a la flota pesquera canaria que faenaba en las costas saharianas; por ello, fue necesaria también la construcción de una pesquería, capaz de salar, envasar y enviar el pescado hacia la península. La Factoría, a su vez, comerciaba con los productos que los nómadas traían del interior: cueros, cabras, camellos, oro en polvo, etc. Pero, a decir verdad, la ocupación inicial de aquel territorio fue un fracaso. Aunque en 1916 se había construido otra factoría en Tarfaya (en la zona del Cabo Juby) y unos años más tarde otra en La Güera (Cabo Blanco), al principio, la presencia española solo se limitó al litoral atlántico. Eran pocos los que se atrevían a adentrarse en el territorio porque el desierto imponía demasiado respeto. ¿A qué se debió ese fracaso colonial?
La presencia española, si bien fue tolerada por las tribus saharianas, enfrentó ataques durante años de algunos grupos armados que se resistían a la presencia europea. Este fenómeno puede deberse a las fórmulas que el vecino colonial francés había llevado a cabo, mucho más dominantes y con un grado de sometimiento mayor. Los españoles entendieron mal y tarde que la resistencia anticolonial en aquella zona llevaba décadas en auge. La explicación se debe buscar en las fronteras. Estas habían sido trazadas con regla en los mapas de los despachos de Europa y, por ello, hacían muy difícil el comercio entre las tribus, dificultaban su libre circulación y constituían una amenaza hacia su propia supervivencia.
Aquella división del desierto ha sido definida por López Bargados como un «faccionalismo de frontera»[3], un concepto que define las divisiones hechas por los colonizadores, producto de la riqueza natural y de la acción clientelar que habían llevado a cabo con las distintas tribus. Por eso, las mismas fronteras serían aprovechadas por algunos jefes de tribus para llevar a cabo incursiones en territorio francés con el fin de practicar el contrabando y oponerse a la presencia del ocupante. Es decir, el control del territorio fue difícil de ejercer porque, no solo el desierto era demasiado duro y los grupos sociales estaban dispersos por toda la geografía, sino que además se movían bajo una trashumancia y rutas imprevisibles a ojos coloniales.

Posesiones españolas en el Sáhara. Fuente.
Hacia una revisión de la historia colonial
Para entender este tipo de acontecimientos, Ranajit Guha afirma que hay que repensar la producción de los estudios históricos con respecto al análisis que se ha hecho a partir de los documentos de archivo. Él mismo considera que los documentos aquí recogidos son el resultado de un proceso acumulativo de datos, la mayoría descriptivos, que han sido siempre elaborados desde posiciones que acaban defendiendo los intereses del poder. El problema de fondo era intentar conocer la propia historia de «los subalternos»[4]. En un intento por revistar las crónicas documentadas por sus contemporáneos y, siguiendo a Gimeno y Robles, la prensa de la época «publicó casi inmediatamente relatos de combates vistos desde el punto de vista colonial»[5]. Las descripciones de las incursiones de aquellos «disidentes» saharianos, como se los llamaba, formaban parte de las crónicas coloniales que se inscribían en la justificación de la represión «para poner fin a la anarquía que allí reinaba»[6]. Es decir, se presentaba a la resistencia de la invasión colonial como meros disidentes, bandidos o forajidos.
A nuestro modo de ver, entendemos la razón de aquella resistencia como una forma de defensa de su propio modo de vida nómada, como una oposición a las barreras artificialmente impuestas. Hay que tener en cuenta que el colonialismo había privado de desarrollo nómada a la región –y con él, al comercio sahariano– a los grupos sociales que estaban adaptados a la movilidad de las rutas, que dependía de las escasas lluvias irregulares. Por ello, para poder comparar y analizar ambos discursos, es también necesario hacer un repaso por los datos recogidos a mediados del siglo pasado por el antropólogo Julio Caro Baroja, donde detalla las traumáticas experiencias de aquellos grupos beduinos[7]. Las tribus saharianas vieron una amenaza a su hábitat natural con la instalación de aquellas fronteras, la conquista colonial y las sequías impuestas por el clima:
«Durante la campaña del Adrar, en 1909, los soldados franceses ocuparon los oasis en la época de la cosecha de dátiles y esperaron a que los hombres, obligados por el hambre, vinieran y se rindieran (es verdad que no por mucho tiempo). En las zonas en las que había migraciones estacionales, cerraban los pastos de invierno y confiaban en que el hambre y el frío obligarían a los pobladores a llegar a un acuerdo […]. Una consecuencia del hambre continua creada por tales políticas, más duras para el ganado que para la gente, fue que el ejército colonial encontró voluntarios inmediatamente después de terminar las operaciones[8].»
Por eso, la resistencia que se había presentado creemos que fue, en definitiva, una defensa de su modo de vida particular. Aquellas acciones no eran actos de bandidos disidentes, como habían sido descritas, sino que tenían un objetivo común y fueron dirigidas no contra los colonos sino contra el régimen político que querían instaurar. Fue el inicio de una verdadera lucha política de dominación, un enfrentamiento contra un modo de vida que quería ser impuesto. El Viejo Continente, forjado en el siglo XIX bajo un sistema social y cultural propio, había reconocido la paz como un valor compartido; las guerras tenían un carácter limitado (físico y temporal) ya que había surgido un sistema de alianzas supranacionales. El propio reparto del continente africano fue el reflejo de esos «“logros” [civilizados] de una diplomacia entre caballeros»[9]. A ojos de los colonizadores, Europa era la antítesis de aquel mundo pues representaba la imagen de un sistema superior de dominación cultural; por tanto, su misión estaba clara: extender el progreso. Para ello, la violencia podía ser justificada con aquella finalidad. Para los propios colonizadores, rescataban del oscurantismo a las sociedades africanas de sus formas de vida y sus imaginarios colectivos, llevando consigo un nuevo sistema moral, político y cultural más desarrollado. Aquella superioridad moral podía justificar incluso los excesos de las acciones colonizadoras, actos reprobables pero necesarios. Tocqueville lo justificaba de la siguiente manera:
«Una vez nos hemos comprometido con la gran violencia de la conquista, creo que no debemos dejar de ejercer las pequeñas violencias que son absolutamente necesarias para consolidarla[10].»
En el pensamiento colonial, aquellas tribus saharianas debían aceptar la invasión porque era el producto de una evolución natural de la humanidad, legítimo a ojos europeos. Era necesario a pesar de los perjuicios que pudiera ocasionar. En cambio, para la mentalidad del colonizado, el sistema era visto de una forma totalmente opuesta. Aquella conquista no era beneficiosa, de hecho, era vista como una forma de plaga. Al igual que las sequías, las plagas formaban parte de su imaginario colectivo, y la acción invasora formaba parte de aquellas calamidades sufridas. Pero, a diferencia de la naturalidad de las plagas y las sequías, la colonización no lo era. No sería aceptada y, por lo tanto, aquella «disidencia» estaba plenamente justificada.
Hoy día, estas historias de resistencia forman parte de la memoria social saharaui. Tienen sentido porque a sus ojos y en su imaginario colectivo marcan la idea de que su lucha por la liberación comenzó mucho antes de la década de 1970. La historia, que no es única ni debe pretender serlo, tiene que ser reconsiderada y reanalizada, pues existen múltiples relatos de aquella región conocida como el Bidán.
[1] En hasanía (dialecto árabe hablado por los/as saharauis) Trab el Bidán, (la Tierra de blancos), está en contraposición de Trab el Sudán, (la Tierra de negros), es decir, el África subsahariana. Antes de establecerse fronteras artificiales, Trab el Bidán se correspondía con los actuales territorios del extremo sur de Marruecos, el Sáhara Occidental, Mauritania, el norte de Mali y una parte del oeste de Argelia. Dos millones de kilómetros cuadrados en el que las fronteras empezaban donde las gentes hablaban otras lenguas: el Chluja marroquí al norte, el Tamazigh tuareg al este y el Wolof y Paular al sur. Asimismo, eran los accidentes geográficos los que marcaban límites: al norte, el río Draa; al sur, el río Senegal; al oeste, el Atlántico; y al este, los ardientes vacíos de Azawad y el Tanezrouft. Estos datos aparecen ampliados en GARCÍA, ALEJANDRO, Historias del Sáhara: el mejor y el peor de los mundos, Madrid: Los libros de la Catarata, 2001, pp. 45-54.
[2] HERNÁNDEZ MORENO, ÁNGELA, “De Beidani a saharaui: cambios de identidad en la población del Sáhara Occidental”, Actas del III Coloquio Internacional de Estudios sobre África y Asia, Ceuta: Centro Asociado de la UNED, 2002, pp. 81-95.
[3] LÓPEZ BARGADOS, ALBERTO, “Arenas Coloniales. Los Awlād Dalīm ante la colonización franco-española del Sáhara”, Barcelona: Bellaterra, 2003.
[4] GUHA, RANAJIT, “Las voces de la historia y otros estudios subalternos”, Barcelona: Crítica, 2002, pp. 43-95.
[5] Citado en GIMENO MARTÍN, J.C., ROBLES PICÓN, J.I., “Hacia una contrahistoria del Sáhara Occidental” [en línea], Les Cahiers d’Emam, 24-25 (2015). http://emam.revues.org/872#quotation [Consultado: 13 de julio de 2015].
[6] DIEGO AGUIRRE, JOSE RAMÓN, “El oscuro pasado del desierto: aproximación a la historia del Sáhara”, Madrid: SIAL Ediciones, 2004, p. 393.
[7] CARO BAROJA, JULIO, “Estudios saharianos”, Madrid: Calamar Edición y Diseño, 2008 (1ª ed. 1955), p. 497.
[8] LAROUI, ABDALLAH, “Resistencia e iniciativas africanas en África del Norte y el Sáhara” en ADU BOAHEN (dir.): Historia General de África, Vol. VII: África bajo el dominio colonial (1880-1935), Madrid: Tecnos/Unesco, 1987, p. 130.
[9] GIMENO MARTÍN, J.C., ROBLES PICÓN, J.I., “Hacia una…” p. 10.
[10] Recogido en GIMENO MARTÍN, J.C., ROBLES PICÓN, J.I., “Hacia una…” p. 10.
Bibliografía|
CARO BAROJA, JULIO, “Estudios saharianos”, Madrid: Calamar Edición y Diseño, 2008 (1ª ed. 1955).
DIEGO AGUIRRE, JOSE RAMÓN, “El oscuro pasado del desierto: aproximación a la historia del Sáhara”, Madrid: SIAL Ediciones, 2004.
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LÓPEZ BARGADOS, ALBERTO, “Arenas Coloniales. Los Awlād Dalīm ante la colonización franco-española del Sáhara”, Barcelona: Bellaterra, 2003.
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