Bien es sabido que, a lo largo de toda la Edad Antigua, la tasa de mortalidad infantil era sumamente elevada. Según Parkin, autor que se ha centrado en estudios sobre población romana, ésta estaría en torno a los 300 fallecidos por cada 1.000 al año, cifra extremadamente alta si la comparamos con los niveles actuales, que según el autor, se encuentran en menos de 10 por cada 1.000 niños. Por su parte, las cifras aportadas por Montanini, investigadora que ha estudiado la mortalidad infantil en el mundo romano, son muy semejantes. Según ésta, entre el 30-40% de los niños morían durante el primer año de vida, y aquéllos que lo hacían antes de los diez años comprendían un tercio de la población infantil en época imperial. En esta línea se encuentran las aportaciones de Saller, para quien cerca de la mitad de los niños romanos morían antes de los diez años, y de Hopkins, quien opina que fallecían en torno al 30% de los niños no abandonados de menos de nueve años y que un 28% de los recién nacidos no alcanzaban el primer año de vida.
Las principales causas de tan elevada tasa de mortalidad infantil debemos buscarlas en diferentes factores como la desnutrición, las condiciones en las que se producían muchos partos y también la virulencia de las enfermedades, principalmente las infecciosas, que si bien afectaban a toda la sociedad romana, sus consecuencias se hacían sentir especialmente sobre este sector de la población.
No obstante, un tema que ha generado mucha controversia en el estudio de la mortalidad infantil en la Antigüedad son las prácticas relacionadas con el infanticidio y el abandono de niños. Como señala Parkin, ambos fenómenos han sido objeto de confusión tanto por los autores antiguos como por los modernos y, sin embargo, son hechos diferentes, puesto que no sabemos qué proporción de los niños expósitos habría muerto, al igual que no sabemos con qué frecuencia se daba este tipo de prácticas, que no necesariamente tenían que acabar con la muerte del infante, aunque ello fuera lo más probable.
El abandono de niños podría darse sin que necesariamente hubiera una voluntad de que el neonato muriera, ya que cabía la posibilidad de que estos expósitos fueran recogidos y criados por otras personas, integrándose en el seno de una nueva familia o desgraciadamente, cayendo en la esclavitud o en la prostitución. En este sentido, muchos abandonos se daban en sitios donde era evidente que iban a ser encontrados, y muy probablemente recogidos, como son los lugares comunes. Tras esta decisión se encontraba la voluntad de que el niño fuera rescatado. Sin embargo, en otras ocasiones se abandonaban a los niños con la intención de que murieran.
En opinión de Harris, entre los primeros se encontrarían aquellos niños abandonados por causas de índole económica y en el segundo de los casos, niños ilegítimos o con deformaciones. Fuera de una manera o de otra, las posibilidades de que un niño expósito sobreviviera eran muy escasas.
A pesar de que, según algunas opiniones, el problema del infanticidio y del abandono se haya sobrestimado, es un hecho el que tanto uno como el otro se daban en la antigua Roma y que, además, sería aceptado por un sector de la población, aunque ello no lo eximía de críticas: Autores como Diodoro Sículo y Tácito califican la costumbre de dejar crecer a los niños como destacable (D. S. 1.80.30; Tac. Germ. 19), Estrabón como una peculiaridad cultural (Str. 17.2.5. ), o Tertuliano como un ejemplo que debe ser seguido por los ciudadanos romanos (Tert., Ad Nationes 1.15.3). Además, las referencias en la literatura antigua son escasas. Precisamente, el hecho de que no tengamos una cantidad considerable de fuentes que lo testimonie, hace que aunque se acepte que tanto el abandono como el infanticidio eran prácticas que se daban en el mundo antiguo, no podamos generalizarlo como un fenómeno social. En palabras de Sevilla: “Hasta el siglo IV d.C., ni la ley ni la opinión pública veían nada malo en el infanticidio en Roma, y tampoco lo hacían las grandes corrientes filosóficas, a excepción de raras ocasiones [...] No obstante, este hecho no implica que esta práctica no conllevase cierta desaprobación social, e incluso vergüenza o angustia por parte de los padres…”.
En general, se piensa que fue con los emperadores cristianos cuando se empezaron a tomar medidas en contra de estas prácticas. Con Valentiniano en el año 374 d.C. la muerte de los niños empezó a considerarse asesinato, aunque es muy probable que esta desaprobación arrancara ya desde época de los Severos por la despoblación del Imperio. Según Néraudau, también se prohibió en este período la exposición de los niños recién nacidos.
Mucho se ha discutido en la historiografía sobre el infanticidio, más aún teniendo en cuenta la escasez de fuentes para su estudio. Se han señalado diferentes motivos que llevarían a muchos de estos casos: niños que presentaban discapacidad física, hijos ilegítimos, niños nacidos en el seno de familias muy numerosas e incapaces de mantener a más miembros, aquéllos cuyos padres, al no tener medios para criarlos, decidían abandonarlos, o niñas que no eran bien acogidas. Otra de las principales razones que se han argumentado es que sería una forma de controlar el aumento de la población infantil, evitando riesgos que, sin embargo, conllevaban otras prácticas como el aborto.
Otra cuestión que ha sido discutida es si estas prácticas afectaban más a las niñas que a los niños. Varias son las razones por las cuales se ha intentado explicar una mayor proporción de niñas expuestas y abandonadas con respecto a los niños. Una de las más comunes, porque afectaba a la mayoría de la empobrecida población, era que las niñas cuando se casaban, pasaban a formar parte de otra familia, mientras que el hijo seguía contribuyendo a la economía familiar y al bienestar de los padres, pues era el encargado de mantener a éstos cuando fueran mayores. Otro de los argumentos es que en el caso de las familias de estrato social elevado, la dote que se le debía proporcionar a la niña casadera suponía una desventaja desde el punto de vista financiero.
Sobre si esta práctica estuvo regulada en algún momento, Dionisio de Halicarnaso menciona la llamada Ley de Rómulo, cuyo objetivo era aumentar la población de Roma:
“En primer término estableció la obligación de que sus habitantes criaran a todo vástago varón y a las hijas primogénitas; que no mataran a ningún niño menor de tres años, a no ser que fuera lisiado o monstruoso desde su nacimiento. Sin embargo, no impidió que sus padres lo expusieran tras mostrarlos antes a cinco hombres, sus vecinos más cercanos, si también ellos estaban de acuerdo. Contra quienes incumplieran la ley fijó entre otras penas la confiscación de la mitad de sus bienes.” (D. H. Rom. Ant. 2.15.1-2)
Así pues, de ser cierto que esta ley existió es porque hubo preocupación por parte del poder en que esta práctica contara con algún tipo de regulación.
Con respecto a los abandonos, lo más seguro es que fueran más abundantes que los infanticidios. Muchos de estos niños habrían sido recogidos por familias que deseaban más hijos o que estaban faltas de herederos, aunque sobresaldrían los casos en los que los niños eran recogidos con un fin lucrativo. Por ejemplo, como se documenta en los papiros egipcios, ésta era la forma más barata de adquirir esclavos. Otro de los fines más comunes era la venta como prostitutas en el caso de las niñas o gladiadores en el caso de los varones. Otros eran recogidos para pedir limosnas.
Evidentemente, toda la problemática expuesta con anterioridad suponía una tragedia social. Estos abandonos serían producto en la mayoría de las ocasiones de la necesidad. No sabemos ni en qué grado se dieron ni los sentimientos que les llevaron a ello, pero en cualquier caso, era una determinación que correspondía al pater familias, quien decidía el destino del niño. Este poder de decisión del padre sobre la vida de sus hijos era propio del derecho romano. Cuando un niño nacía, el progenitor debía recibirlo como hijo tomándolo en brazos, lo que simbolizaba la admisión del recién nacido en la familia. Pero éste también podía exponerlo si consideraba que no podía mantenerlo o que ya tenía demasiados hijos. Muchos de estos niños eran expuestos en la llamada columna Lactaria, delante del templo de la Pietas que había en Roma.
Se producían sacrificios infantiles por otras causas. Tuvieron lugar inmolaciones dedicadas al dios Saturno, como recuerda aún a principios del siglo V d.C. Macrobio ( Sat. 1.7.31). Por su parte, Tertuliano, dos siglos antes, hizo alusión a los sacrificios infantiles que, según él, se habían llevado a cabo en África desde finales del siglo I d.C. y principios del siglo II d.C. (Apol. 9.2). Todo ello a pesar de que, en el 97 a.C., el Senado aboliera mediante un decreto los sacrificios humanos, según el testimonio de Plinio el Viejo (H. N. 30.12). Ello nos demuestra que, aunque eran prácticas ajenas a la tradición romana, eran atacadas y condenadas por el Senado.
Tenemos además evidencias arqueológicas que demuestran este tipo de prácticas, como algunos enterramientos infantiles en zanjas de cimentación de construcciones o bajo paramentos de muros que con certeza no tuvieron un carácter accidental. Según Sevilla, es probable que este tipo de sacrificios se dieran en relación con los mitos fundacionales que se fechan en el momento en que se construyeron esos edificios, ya que han aparecido huellas de violencia e incluso ofrendas. Para este autor, puede que se trate de reminiscencias de sacrificios practicados en la Antigüedad. Esta práctica habría sido prohibida en época de Tiberio y no hay que confundirla con otras mejores conocidas como el enterramiento de los niños recién nacidos y de corta edad en las habitaciones o cerca de ellas.
En la Bética tenemos evidencias arqueológicas que prueban que existieron este tipo de sacrificios. En Carmona se hallaron cinco enterramientos infantiles en el horreum de San Blas, concretamente en la zanja de cimentación del edificio, lo cual ha sido interpretado como posibles enterramientos fundacionales para favorecer el almacenamiento y protección de cereal, así como para propiciar la fertilidad de la tierra.
El infanticidio sólo fue condenado como crimen a partir del año 318 d.C. con Constantino y en buena medida por influencia del cristianismo, que censuraba este tipo de actos.
BIBLIOGRAFÍA:
HARRIS, WILLIAMS, “Child exposure in the Roman Empire”, The Journal of Roman Studies, 84, Cambridge: Cambridge University, 1994.
HOPKINS, KEITH, “On the Probable Age Structure of the Roman Population”, Population Studies: a Journal of Demography, 20. Londres, 1966.
NÉRAUDAU, JEAN PIERRE, “Être enfant à Rome”, París: Les Belles Letres, 1994.
PARKIN, TIM G., “Demography and Roman Society“, Londres: John Hopkins University Press, 1992.
SALLER, RICHARD P., “Patriarchy, property and death in the Roman Family“, Cambridge: Cambridge University Press, 1994.
SEVILLA, ALBERTO., “Morir ante suum diem. La infancia en Roma a través de la muerte” en D. JUSTEL VICENTE, D., (ed.), “Niños en la Antigüedad. Estudios sobre la infancia en el Mediterráneo Antiguo”, Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2012.
MONTANINI, LAURA, “Nascita e Morte del bambino” en Criniti, Nicola (dir.),”Gli affanni del vivere e del moriré. Schiavi, soldati, donne, bambini nella Roma imperiale”, Brescia: Grafo, 1991.
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